viernes, 1 de junio de 2012

Tribunal de respresion de la masoneria y comunismo

El 1 de marzo de 1940, en España, se dictó la Ley para la Represión de la Masonería y el Comunismo. En su artículo N° 12 establece la creación y composición del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Las penas iban desde la incautación de bienes hasta la reclusión mayor. Los masones, aparte de las sanciones económicas, quedaban automáticamente separados de cualquier empleo o cargo de carácter público. Se establecieron penas de veinte a treinta años de prisión para los grados superiores, y de doce a veinte para los cooperadores. Fue suprimido el 8 de febrero de 1964, si bien gran parte de sus funciones se habían transferido al Tribunal de Orden Público creado en 1963.

Serrano Suñez

El pasado día 1 de septiembre fallecía Ramón Serrano Suñer. La mayor parte de los diarios de difusión nacional se han hecho eco ampliamente de la noticia, resaltando el papel clave que desempeñó en los primeros años del régimen franquista, régimen surgido del golpe militar del 18 de julio 1936 contra la República.
En este artículo se describen los hechos a través de los que se puede establecer, de forma nítida, la responsabilidad directa de Serrano Suñer, y de los demás miembros de la cúpula del régimen franquista, en los "Crímenes contra la Humanidad" (tal y como caracterizaría el Subcomité del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en 1946) perpetrados contra los miles de republicanos españoles refugiados en Francia que murieron en los campos de concentración del III Reich.
---------------
En mayo de 1940 el ejército alemán invadió Francia e hizo prisioneros a miles de republicanos españoles allí refugiados. La mayor parte de ellos formaban parte de las "Compañías de Trabajadores Extranjeros" del ejército francés, que construían obras militares para la defensa de Francia.
La transformación del status jurídico de estos refugiados españoles republicanos, pasando de ser prisioneros de guerra del ejército alemán a prisioneros políticos de la Gestapo, con el consiguiente traslado desde los campos de detención en el frente (frontstalag, en alemán) a los campos de concentración nazis, se hizo con el acuerdo entre las autoridades alemanas y las autoridades españolas franquistas.
Este acuerdo llevó a considerar como "apátridas" a los republicanos españoles, teniendo por ello que llevar un triángulo azul invertido cosido en sus uniformes de prisioneros. Pese a ser prisioneros de guerra, no se les aplicó el estatuto correspondiente según la Convención de Ginebra, sino que fueron considerados "combatientes rojos españoles" (rotspanienkämpfer, en alemán) y se les trató en calidad de prisioneros políticos a los que había que aniquilar.
Como claro ejemplo de esta colaboración entre las autoridades franquistas y el régimen nazi, después de la captura de varios miles de republicanos españoles en la ciudad francesa de Angulema, la Embajada Alemana en Madrid preguntó, el 20 de agosto de 1940, al Ministerio de Asuntos Exteriores español, si quería hacerse cargo de estos refugiados. Ante la ausencia de respuesta por parte de la diplomacia española, la Embajada del III Reich repitió la pregunta una semana después, añadiendo si querían hacerse cargo también de otros cien mil republicanos españoles que estaban en campos de concentración instalados en los territorios franceses ocupados por las tropas alemanas.
Finalmente, los hombres hechos presos en Angulema, incluso niños en algunos casos, junto con otros detenidos en otros lugares de Francia, y hasta alcanzar la cifra de doce mil, acabarían en los campos de concentración nazis.
Los dirigentes españoles tenían conocimiento de lo que pasaba en campos como el de Mauthausen. Por ejemplo, el Consulado Español en Viena tramitó diferentes asuntos, como defunciones, cartas, preguntas de familiares, e incluso la liberación de algún niño de los campos a instancias de altos cargos españoles como Serrano Suñer (tal fue el caso del Sr. Nos Fibla, natural de Alcanar, provincia de Tarragona).


Colaboración con la Gestapo
El triunfo militar del ejército franquista supuso el inicio de una enorme represión que se saldó con centenares de miles de ejecuciones y de miles de personas presas por haber permanecido fieles a la legalidad republicana, pero el régimen militar quiso extender su represión hasta Francia donde vivían exiliados muchos antiguos dirigentes republicanos españoles con el estatuto jurídico de refugiados.
El Ministro de Gobernación del general Franco, y cuñado suyo, Ramón Serrano Suñer, solicitó a las autoridades de ocupación la entrega de más de seiscientos refugiados españoles que habían ejercido cargos democráticos en la República Española cuyos nombres figuran en una nota firmada por Serrano Suñer, que hoy se encuentra en el Archivo Nacional de Francia.
Como Ministro de Gobernación franquista y jefe de su policía, fue también responsable, de la detención por la Gestapo de los dirigentes republicanos españoles refugiados en Francia como Lluís Companys (antiguo Ministro de Marina y Presidente de la Generalitat de Cataluña), Joan Peiró (sindicalista y Ministro), Julián Zugazagoitia (socialista, miembro del Gobierno Vasco) Rivas Cheriff (dramaturgo, cuñado del presidente de la República Española, Manuel Azaña), etc. en la Francia ocupada. Fueron entregados a la policía franquista que los torturó antes de fusilarlos.
Todos los detenidos por la Gestapo estaban en la lista que Serrano Suñer reclamó al Estado francés. Ante las trabas que encontraba por las vías diplomáticas aprovechó su cargo en la Falange y sus relaciones con el partido nazi alemán, especialmente con Himmler, para conseguir la detención en Francia y traslado de estos refugiados españoles a España. No utilizaron los tratados de extradición, sino que se hicieron valer de la estrecha colaboración entre la policía española y la Gestapo, y de forma paralela, entra la Falange y el partido nazi para llevar a cabo la represión contra los "rojos españoles" (rotspanien, en alemán) de forma clandestina.

Responsabilidad directa de Serrano Suñer

Nacido en Cartagena, en 1901, licenciado en Derecho, diputado por Zaragoza por el partido Acción Popular en 1933. Casado con una hermana de Carmen Polo, esposa del general Francisco Franco, será el principal dirigente civil del régimen franquista hasta su destitución como Ministro de Asuntos Exteriores de España el 2 de septiembre de 1942, coincidiendo con el inicio de la batalla de Stalingrado y el inicio del declive militar del III Reich y de la Italia fascista. Símbolo de la estrecha colaboración entre los franquistas y los nazis, fue cesado como medida de prevención del régimen ante el curso desfavorable que tomaba la guerra para las potencias del eje.
Estos fueron los años de máxima represión. Se vulneraron de manera sistemática los derechos humanos y los convenios internacionales. La larga mano de la represión de la policía española, a las órdenes de Serrano Suñer, se extendió también por el extranjero, afectando particularmente a Francia, como hemos señalado. Durante este período toda España se llenó de fosas comunes, campos de concentración, penales, prisiones, centros de detención, en donde se hacinaban centenares de miles de personas. En los cuarteles de la Guardia Civil, las comisarías y en los centros de detención, las ejecuciones, la tortura, los maltratos y las violaciones de mujeres fueron una práctica habitual.
Como Ministro de Gobernación, Serrano Suñer, creó los esquemas jurídicos de la represión basada en criterios políticos, tales como la promulgación de las leyes de Represión de la Masonería y el Comunismo (1-3-1940) y de Seguridad del Estado (marzo de 1941), que preveía pena de muerte para cualquier disidencia, etc.
Serrano Suñer organizó la Falange, único partido permitido por el régimen franquista y de ideologia claramente nazi, siguiendo el modelo del que Himmler había dotado al Partido Nacional-Socialista Alemán, con doce "servicios nacionales", entre los cuales estaban el servicio de "Informaciones e Investigaciones" y el servicio de "Relaciones Internacionales.
Las relaciones especiales que mantenía con el régimen nazi se pusieron de manifiesto en los diversos viajes que hizo a la Alemania nazi, donde fue recibido en su doble condición de ministro y de máximo dirigente de la Falange. Especial importancia tuvo su visita de septiembre de 1940 a Berlín donde se reunió con Hitler y Himmler (jefe de los SS) y otros altos cargos del régimen nazi. Coincidiendo con esta visita, el diario Arriba, órgano de la Falange, publicó un editorial propugnando una policía fuerte y severa como la del III Reich.
El 28 de mayo de 1946, el Gobierno francés tramitó al Secretario General de las Naciones Unidas diversas cartas describiendo sus actuaciones contra los republicanos españoles refugiados a Francia.

Durante la visita de Serrano Suñer a Berlín como Ministro de Gobernación de España y Presidente de la Junta Directiva de la Falange se publicó la orden de deportación de los republicanos españoles a campos de concentración, como "apátridas".

Entre el 16-10-1940 y el 3-9-1942 fue Ministro de Asuntos Exteriores, asumiendo en la práctica, de forma simultánea, la responsabilidad del ministerio de Gobernación hasta el mes de mayo de 1941. Desde dicho cargo propugnó la intervención de España en el bloque nazi-fascista, y otorgó unas facilidades extraordinarias de actuación a la Gestapo en España.
Serrano Suñer fue uno de los principales impulsores de la denominada "División Azul", cuyos miembros juraron fidelidad personal a Hitler, y que combatió encuadrada en el ejército alemán en la ocupación de los territorios de la antigua Unión Soviética. En la declaración que el general Guenther Krappe, agregado militar alemán en Madrid durante la II Guerra Mundial y el coronel Hans Renner, militar alemán destacado en Tánger, hicieron para el Subcomité del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en 1946, se destaca la participación de Serrano Suñer en la preparación de la "División Azul" en la que Krappe participó como agregado militar.

Politica exterior de Franco

La Guerra Civil Española fue la primera batalla librada contra el fascismo, el prólogo de la Segunda Guerra Mundial. La derrota de la República mostraría pronto que la vinculación franquista a las potencias del Eje, amén de concordancias ideológicas, era el pago a la ayuda militar, económica, política y diplomática recibida por los sublevados durante la guerra y que les permitieron vencer en la misma.
Verdad es que, también, dicha vinculación era alimentada por delirios imperialistas de Franco y sus acólitos de Falange que se prestaban, si la ocasión era propicia, a recoger las migajas del nuevo reparto del mundo que el creciente poderío alemán en Europa parecía asegurar.
Días antes de finalizar la guerra en España se firmaba en Burgos, con Jordana como ministro de Asuntos Exteriores, el Pacto Anti Komintern, acuerdo político contra la Internacional Comunista. También, el 31 de marzo de 1939, se suscribió el tratado de amistad hispano-germano, que colocaba a España en la condición de asociada a Alemania en condiciones harto ventajosas para dicho país. Tiempo después se retiraba España de la Sociedad de Naciones, «ese antro podrido de la democracia» al decir de la prensa de la época. Simultáneamente se establecían bases de cooperación con el Vaticano.
No, no se trataba de poner una vela a Dios y otra al diablo. Las cruces, la gamada y la del papado, cuyas tendencias totalitarias eran más que manifiestas, podían perfectamente servir a un régimen que trataba de revivir las épocas del esplendor de Trento, de la España martillo de herejes. Fascismo y clericalismo eran las dos caras de una misma moneda. Los teólogos de combate, que habían movilizado tanto la Iglesia española como el Vaticano contra la República española, venían a plantear el mismo o parecido discurso que en Berlín planteara Goebbels: Por el imperio hacia Dios.
Tiempo después, y según sucedían los avances de las tropas alemanas en Francia, el Gobierno, que había declarado públicamente la neutralidad española, iba cambiando de actitud. Días antes de la capitulación francesa en el bosque de Compiègne a manos de Pétain, Laval y demás colaboracionistas, cambió España su actitud de país neutral por la de no beligerante, situación nueva que permitiría a Franco mostrar mejor y más claramente su apoyo a las potencias del Eje.
Así, aviones y submarinos alemanes repostaban en puertos y aeródromos españoles. Se bombardeaba Gibraltar desde bases andaluzas, barcos de guerra italianos fondeaban en las islas Baleares. Las policías de Hitler y Mussolini adiestraban a toda suerte de policías españoles, ya fueran oficiales u oficiosas, en los métodos represivos de la época.
Tánger fue españolizado, es decir, ocupado por tropas españolas, y en esa ciudad se establecieron la Gestapo y los servicios de inteligencia alemanes para todo el norte de África.
Serrano Súñer, Ridruejo, Tovar y otros jerarcas del «amanecer» negociaban en Berlín, en 1940, la utilización del territorio español para la llamada Operación Fénix. Se trataba de la ocupación de Gibraltar para así impedir el dominio naval y aéreo británico en el Mediterráneo y también la utilización posterior de dicha base en operaciones militares en el norte de Africa. Parecía que los delirios fascistas de Castiella y Areilza expresados en el libro titulado Reivindicaciones españolas estaban a punto de cumplirse. Si España entraba en la guerra al lado de Alemania o Italia, no sólo Gibraltar, sino también parte de Argelia y del Marruecos francés serían españoles. Zonas de expansión colonial en Río de Oro y el golfo de Guinea formarían parte del nuevo imperio que estaba al alcance de la mano.
Tras las negociaciones de Berlín y la visita de Himmler, jefe de la Gestapo, a Madrid, se celebró la entrevista de Hendaya entre Franco y el Führer. Serrano Súñer y Stchrer redactaron el protocolo donde se contemplaba la participación de España en la guerra a cambio de compensaciones territoriales.
Si España no entró en guerra en aquellos meses no fue debido a la posteriormente cacareada visión de Franco, sino a que Hitler tuvo que prestar toda su atención a la situación creada en los Balcanes a causa de la derrota del ejército italiano en Grecia en octubre de 1940. Al tiempo, el Estado Mayor alemán prepara dos alternativas militares: la dicha Operación Fénix, ataque a Gibraltar, y la denominada Barbarrossa, ataque a la Unión Soviética.
Serrano Súñer y Hitler, Canaris y Franco conversan, en distintas ocasiones, acerca de la fecha adecuada para el ataque a Gibraltar. Pero la preparación del operativo Barbarrossa y el desastre italiano en Libia obligan a Hitler al envío a África del ejército de Rommel. Se aplaza, entonces, la Operación Fénix.
Las entrevistas de Franco y Mussolini en Bordighera y con Pétain en Montpellier, en febrero de 1941, no modifican en nada la situación. Son, fundamentalmente, temas de primera página en la prensa de la época, ocasión de reafirmación antidemocrática y anticomunista para los monaguillos del Movimiento. Ocasión también para la deportación de exiliados republicanos en Francia a los campos de concentración nazis sitos en Alemania o Austria.
El 21 de junio de 1941 las tropas alemanas invaden territorio de la URSS. La fiebre, la euforia fascista en España es total, invade las calles, la prensa, las emisoras de radio. La histeria de Serrano Súñer, la de Arrese, la de muchos jefes militares no conoce límites. Piden el exterminio de Rusia. El país de Lenin, gritan en la madrileña calle de Alcalá, es culpable de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, de nuestra guerra civil.
Se crea la División Azul, que entraría en combate el 13 de agosto. Marchaban hacia Alemania borrachos de anticomunismo, cantando Lily Marlén o Cara al sol. Franco, el 18 de julio, se encargaría de echar leña al fuego. Para él, las tropas alemanas dirigían la batalla que Europa y el cristianismo tanto anhelaban. Y la sangre de la juventud española iba a unirse a la de los camaradas del Eje. Naturalmente, al socaire de todo ello se intensificaba la represión interna. La caza al rojo estaba al orden del día.
España, aunque de manera parcial, se había convertido en beligerante al enviar soldados a luchar contra la Unión Soviética, Hitler era el amo de Europa y sus tropas alcanzaban las afueras de Moscú. De otra parte, el ataque japonés a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 y las iniciales y espectaculares victorias niponas daban alas al optimismo fascista.
Pero pasaban los meses y las cosas no estaban claras a pesar del optimismo de Informaciones, Arriba y demás prensa regimentada. Parecía que misas y tedeums por la liberación de Rusia no eran suficientes para doblegar al Ejército Rojo, el cual, a pesar de sufrir cuantiosas bajas humanas, a pesar de la pérdida de inmensos territorios, no se derrumbaba, seguía combatiendo.
De otra parte, las ansias de imperio no casaban bien con la realidad española de aquel tiempo, realidad que se prolongó bastantes años. Aunque banderas, guiones y gallardetes, camisas azules, botas altas y boinas rojas, himnos y triples gritos mostrando la sumisión al jefe, al Caudillo, formaran parte sustancial de la vida cotidiana, España era, sobre todo, tierra de mendigos, de gentes que hambreaban con la escudilla en la mano, las colas formadas ante las puertas de los cuarteles o de los locales del Auxilio Social de no importa qué lugar del país.
Teóricos de uniforme, subidos a la cucaña del poder, al tiempo que se enriquecían en el mercado negro, pícaros de la letra anticomunista, peroraban sobre la esencia histórica del español, mitad monje mitad soldado. Policía política, policía militar, guardias civiles, jefes de casa, de barrio, de localidad, etc., formaban parte del tejido social, de tela de araña, donde se ahogaba la vida española. Más de doscientos treinta mil presos políticos existían en España, según datos oficiales, en 1940. Ciano afirmaba que en Madrid se fusilaba diariamente entre doscientos y doscientos cincuenta hombres y mujeres; en Barcelona, ciento cincuenta; en Sevilla, ochenta. Para Wolfis, entre 1939 y 1941 más de ciento noventa y dos mil españoles fueron pasados por las armas.
En 1942 comienza a cambiar el curso de la guerra. La ofensiva de verano es frenada en el Cáucaso a finales de septiembre. En Stalingrado se inicia la batalla que iba a romper la columna vertebral del poderío alemán. Franco cesa a su cuñado como ministro de Asuntos Exteriores y en vez de la baza Serrano juega la baza Jordana, al que ciertos medios, no se sabe bien por qué, juzgan proclive a los aliados. Verdad es que también, por aquellos tiempos, Franco había declarado que «si el camino de Berlín fuese abierto a las fuerzas soviéticas, España enviaría no una nueva División Azul, sino un millón de hombres para defender la capital hitleriana».
El desembarco en Casablanca el 8 de noviembre de 1942, la carta que envía Roosevelt a Franco, una cierta posición conciliadora de Churchill respecto al régimen franquista, fuerzan a la política exterior española a ciertos equilibrios, a acusadas ambigüedades. Aún, a pesar de todo, el franquismo espera el milagro, la victoria alemana. Si, por un lado, se limitan los suministros a aviones y barcos italianos y alemanes en nuestro territorio, por otro, se firman acuerdos para el envío de víveres y materias primas al Tercer Reich. Arrese, secretario general del Movimiento, toma el relevo de Serrano Súñer en lo que concierne a la actividad propagandística pro nazi, llevando ésta hasta lo convulsivo.
Arrese se entrevista con Hitler, al que solicita armamento moderno para poder hacer frente a una eventual invasión de España por parte de americanos e ingleses, presumiblemente por Canarias. De otra parte, tras la reunión de Sevilla el 17 de febrero de 1942 entre Franco y Oliveira Salazar se firma el Pacto Ibérico. Los dirigentes fascistas de Portugal y España olfateaban las dificultades de las armas alemanas y se aprestaban, sobre todo Franco, a abrir una etapa de diversificación de contactos y acuerdos. Portugal había mantenido, a pesar de su régimen corporativo, fascista, sus tradicionales relaciones con Gran Bretaña, ésa era una baza que Franco podía necesitar en su momento.
El África Korps se derrumbaba en las arenas del desierto ante la aviación y los blindados anglo-americanos. Y en enero de 1943 comenzaba la fase final de la batalla de Stalingrado. Los que habían destruido Guernica, los que habían humillado al ejército francés, al belga, los que habían humillado a media Europa caían vencidos, derrotados ante la potencia y heroísmo de los soldados rojos. Stalingrado fue la esperanza para millones y millones de hombres y mujeres. Un nombre de leyenda en cárceles y campos de concentración, en los versos de cien poetas. Era el principio del fin del imperio de los mil años proclamado por Hitler.
En esa situación, Franco, a través de Samuel Hoare, embajador británico en Madrid, propone se lleven a cabo conversaciones entre las fuerzas del Eje y los aliados para lograr una paz por separado y unir las fuerzas frente a la Unión Soviética, con la que había que continuar guerreando basta lograr su aplastamiento. Pero la iniciativa de Franco, que de algún modo tomaba en su mano la propuesta que en su día hiciera Rudolf Hess a los británicos y salía al encuentro de los intereses políticos y estratégicos de los sectores más reaccionarios del imperialismo anglo-norteamericano, era ciertamente prematura y sólo sería posible años después, tras el discurso de Churchill rompiendo la coalición antihitleriana que marca el comienzo de la guerra fría, no de la caliente, que era la pretensión de Franco entonces.
Franco fracasa en sus intentos y tiene que aceptar la única salida que le queda, bajo presión anglo-norteamericana vuelve desde sus posiciones de no beligerante a la neutralidad. Declaración que fue hecha el 3 de octubre de 1943. Y así, el 12 de diciembre del mismo año comenzaba el retorno de algunas unidades de la División Azul. Volvieron diezmados, con Cruces de Hierro, pero sin el regusto de la victoria.
Comienza un cambio lento en la política exterior española, dado que tanto en las fuerzas armadas como en Falange las corrientes pro nazismo son abrumadoramente mayoritarias y Franco las necesita ante la incertidumbre que el porvenir puede deparar a su régimen, sabe de ciertas conspiraciones de algunos monárquicos y de otros que no lo son que andan buscando el apoyo de los aliados para una posible restauración monárquica a través de la espada de algún Badoglio indígena.
España, mejor dicho, la política franquista sigue debatiéndose entre las presiones de los aliados y su permanente gesticulación fascista. Víveres y materias primas, sobre todo wolframio, siguen enviándose a Alemania. Washington, cogiendo por el cuello la economía española, suspende temporalmente el envío de petróleo a nuestro país en enero de 1944. Ante el cariz que toma la situación, Franco tiene que hacer nuevas concesiones. Así, tras el desembarco de Normandía, meses después, aviones del Air Transport Command norteamericano son autorizados para repostar en territorio español, incluso en aeródromos cercanos a Madrid. Y ante la presión británica los envíos de wolframio son reducidos a la mínima expresión. Y el 12 de abril de 1945 España rompe relaciones diplomáticas con Japón.
Mussolini, liquidada la República de Saló, rodeado por un grupo de soldados alemanes, es arrestado el 27 de abril en Dongo por la resistencia italiana. El 29, veintitrés cuerpos cuelgan por los pies de una plaza milanesa, la de Loreto. Entre los de los jerarcas fascistas y miembros del Gobierno de la República de Saló se encuentran los de Mussolini y Clara Petacci. Días después, en un Berlín destruido, ocupado ya en su práctica totalidad por el Ejército Rojo, Hitler se suicida. La guerra toca a su fin, la bandera roja ondea ya sobre el edificio de la cancillería.
Pero la victoria del 9 de mayo de 1945 no trajo a España la libertad deseada, sino la continuación de la dictadura. La política exterior franquista, tras la derrota alemana, consistió, en lo fundamental, en jugar, de una parte, la carta vaticana. De otra, en cambiar de amo, en traspasar la hipoteca que Hitler había mantenido sobre España a las potencias imperialistas, Estados Unidos de Norteamérica en primer lugar. Gran Bretaña y los EE.UU. levantaron entonces, en frase de Churchill, un «telón de acero» frente a la pretendida y falaz amenaza soviética. Prefirieron una España franquista a una España democrática, España franquista que, aislada, era posible controlar y utilizar en la guerra fría.